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Hace unos meses conocí a Ángela. Estábamos empezando un proyecto juntas y me contó de su empresa, Rebeka. Inmediatamente me sentí conectada con su misión, la de lograr que las mujeres nos sintamos apasionadas por quienes somos y como somos. Vaya misión. Y entre las miles de maneras para trabajar en esa meta, ella eligió una bien particular. Crear ropa interior para mujeres reales.

 

Sin pensarlo dos veces, le dije ¡yo quiero! Me encantaba la idea de que alguien había diseñado esa ropa soñando que yo me sintiera realmente especial al usarla. Y también que era como un pequeño secreto, porque la usaría sólo para mi.

Pero los sueños de Ángela van más allá de vender ropa interior. Es un proyecto que busca rescatar nuestra esencia como mujeres y por eso, aunando esfuerzos con sus amigos coaches y fotógrafos, y con el universo de su lado creó un taller especial: ‘Apasionándote por tu interior’. La idea, como me la contó, era hacer un trabajo personal con el apoyo de una coach, y luego tomar fotos… con su ropa interior.

Todo me pareció genial, hasta que me invitó a participar. Inmediatamente mi ego gritó: “FOTOS! En ROPA INTERIOR! TU??????? Noooooooo”. Mi primera respuesta fue, “me parece muy chévere el taller, pero las fotos… mmm no sé”. Hasta allá no llegaba mi compromiso con la causa… Es decir muy bonita yo diciendo “sí, que ‘las mujeres’ se sientan bien así como son, sí, que ‘las mujeres’ se acepten… pero ¿yo? No, yo estoy gorda, ni loca”.

Sin embargo había una vocecita por ahí adentro que decía ¡Yo quiero!¡Qué puede pasar?! Y finalmente las dos voces conciliaron con una idea… Ir al taller, y si es muy inspirador, taaan inspirador que me impulse a decir sí a las fotos, lo hago (en otras palabras… dejándolo en manos de las circunstancias sin asumir mi responsabilidad).

Acepté la invitación de Ángela y fui al taller, no sin antes provocarme una migraña muy ‘extraña’ la noche anterior. Llegó el día y yo muy puntual llegué también. El sitio, un espectáculo. La casa de la Fundación Fundacer, llena de paredes con jardines verticales, suculentas por todos lados, una fuente en el centro con bailarinas… y empezó la espera. Las demás niñas que iban a participar no llegaban. ‘Extrañamente’ se presentaron problemas estomacales, esguinces, cólicos… Hasta que finalmente dijimos somos las que estamos. Pero ese somos las que estamos significaba una cosa… ya no podía decir “yo no quiero las fotos”. ¿Cómo ya estando ahí podía ‘salvarme’?¿Quería salvarme?

El taller resultó ser una actividad muy enriquecedora. Una oportunidad de verme reflejada en varios espejos humanos y en sus historias. Entre varias actividades, cada una construyó un tótem e hizo una declaración. La mía fue: “yo soy el compromiso de aceptación y valentía, y mi poder es mi corazón”. Con eso ya estaba lista, pensé.

Después todo pasó muy rápido, peinado, maquillaje y cuando menos me di cuenta ya estaba yo ahí, parada enfrente a la fuente de las bailarinas posando en ropa interior. Menos de diez minutos, y listas las fotos. “No dolió”, dije. Ahí empezó mi taller. Porque lo que dolió y dolió hasta el alma, fue ver las fotos. No por lo que eran, sino por lo que yo elegí ver en ellas.

Me invadió un sentimiento de absoluta incomodidad, rabia y rechazo. ¿Para qué vine?¿Por qué lo hice?¿Por qué no soy capaz de verme a mi misma?¿Por qué le doy ánimo a todas las demás menos a mi?… Me estaba atragantando con mis pensamientos, cuando llegó Ángela con las hojas para firmar la autorización para el uso de las fotos y ahí mi ego volvió a gritar…

Voz de mi ego: “¡BASTA! Me trajiste hasta aquí engañada. Dijiste que sólo venías al taller. Después dijiste, vamos a posar que no pasa nada. Pero ahora, autorizar para que esas fotos las vea alguien más NOOOOO. No es posible. Te vas a olvidar de que quisiste hacer esto y ya está. Nadie tiene que saber”.

Esa voz gritaba tan duro, que la otra ya no se oía. Pero como el universo es perfecto, esa vocecita débil, la de mi corazón, se consiguió dos aliados. Camilo y Gleydys, los coaches. Con su experiencia y sabiduría, muchas lágrimas y una hora de charla comprendí. Comprendí que he construido dos ideas de mi misma, que conviven a pesar de ser casi diametralmente diferentes. Una, es una ballena, pesada, emputada y resignada. No se arriesga, se camufla dentro del grupo, pasa inadvertida. Grita y duro. La otra, es una zebra, ligera, salvaje y libre. Es indomable, es única, va por la vida sin ver obstáculos.

No soy ni una, ni la otra. Soy las dos.

Esto lo escribe una ballena con rayas de zebra con una sola intención: que esas rayas sean cada día más fuertes para que un día, la zebra deje de esconderse dentro de la ballena y no pare de correr.

La autorización la firmé. Y mi ballena grita, porque yo misma les voy a mostrar la foto.

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Por hoy esta zebra le dice ENOUGH  a la ballena!