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Ayer se me apareció Jesús. Sí, Jesús en carne y hueso. Contraria a la imagen que tenía en mi mente de un hombre fuerte, musculoso, alto, de pelo largo, ‘todo poderoso’, Jesús era una figura frágil, de contextura delgada, bajito, ojos azules sí, y usaba muletas. Es posible que te lo encuentres tu también, anda caminando por las calles de Bogotá. Te cuento la historia por si tu también lo ves, ¡lo puedas reconocer!

Ayer por la mañana yo estaba feliz. Había logrado cerrar un gran negocio: mi segunda venta por OLX en 6 meses! Esta vez había sido un Xbox de Nico -mi esposo- que había guardado por más de un año sin uso y que para mi representaba la mitad de una cuota atrasada!

Pero tengo que admitirlo, por andar revisando que todo funcionara y poderlo entregar sin problemas, no saqué a pasear a Miró -mi perro-. Se hizo medio día y el seguía aguantando por mi culpa, así que pensé en darle una vuelta rápidamente y regresar a hacer almuerzo. Salimos muy rápido y como me he acostumbrado a no estar enchufada ni 24×7 disponible, no saqué ni el celular.

Cuando íbamos de regreso, pasamos por delante de él. Vi que estaba sentado en un muro con muletas y una bolsa de colombinas en la mano, pidiendo ayuda; con mi típica cara de ‘lo siento’ le dije, “no bajé nada, no tengo” y de pronto vino a mi mente una historia que Suzanne Powell cuenta en su libro “Conexión con el alma”, sobre cómo se le presentó un maestro en su vida, y decidí escuchar de verdad lo que el señor me estaba diciendo antes de justificar por qué no iba a ayudarlo. Me preguntaba que si tenía ropa que pudiera regalarle, para su esposa y su hija. Pensé que era muy curioso, porque si me hubiera pedido plata, de entrada le habría dicho ‘no tengo’, pero me pedía ropa, y ropa sí tengo. Así que le dije sí, acompáñeme hasta mi edificio, voy a buscar qué puedo darle.

Comenzamos a caminar y se presentó. Me dio la mano y me dijo, “Mucho gusto mi nombre es Jesús. Jesús Martínez. Vengo de Trujillo en el Valle, hace tres meses estamos en Bogotá. Somos tres familias que estamos viviendo en el barrio Teusaquillo. Nos tocó venirnos, ‘no por violencia’, sino que llegó una banda armada por la finca, de esas a las que les dicen BACRIM y decidimos irnos, nos dio miedo. Pero esto es temporal, ya muy pronto vamos a volver. Mi esposa es costurera y yo caficultor”.

Yo sólo pensaba “Jesús”. Llegamos a mi edificio, yo subí rápidamente y empecé a empacar. Sólo pensaba, “Gracias Jesús por darme la oportunidad de soltar, y también por darme la oportunidad de darme cuenta que siento apego por lo material”, cuando pensaba qué darle y qué no. Y de pronto vi los 400.000 pesos que me acababan de pagar. Pensaba qué gran diferencia podría hacer en su vida que le diera yo esos 400.000 pesos; pero me pudo más mi sentimiento de ‘y qué hago yo con mi deuda… cómo más la voy a pagar’… Entonces decidí no entregarle todo el dinero, pero compartirlo por mitad con él.

Cuando iba bajando con dos maletines llenos de ropa y algunos enlatados, se nos vino el cielo encima. Empezó a llover de una manera monumental. Encontré a Jesús sentadito en la entrada del edificio, estaba temblando del frío. Saqué un abrigo impermeable que llevaba en el maletín y pensaba no puedo creer que tenga esto, es perfecto para él. Le entregué las cosas, pero me sentía muy mal de simplemente dejarlo ahí. Lo invité a entrar a mi casa a almorzar, pero me dijo que nunca había entrado a un edificio y se sentía mal de hacerlo. Sus circunstancias lo hacían sentir incómodo. El universo nos regaló una media hora más de charla. Nos quedamos escampando de la lluvia en la entrada del edificio, y aprovechó a contarme sobre cómo estaba acostumbrado a usar impermeables y cubrirse todo de plástico para entrar a las 5 de la mañana entre los cultivos de café. Me contó sobre los pueblos de su región y no dudó en decirme, “cuando vaya por la vereda tal, del municipio de Trujillo coja por el camino x y diga que usted tiene una familia amiga, en la finca ‘Estrella del norte’”. Yo oía que hablaba de verdad su corazón.

Cuando por fin escampó un poco, cruzamos la calle y en la cafetería de enfrente nos sentamos a almorzar. Jesús bendecía cada plato de comida y por un momento hasta pensé que se le iban a salir las lágrimas. Me decía, “esta es la segunda vez que me pasa esto. Dios nunca lo desampara a uno. Yo venía triste, y me la encontré, y ahora nunca la voy a olvidar”.

El estaba agradecido conmigo pero yo mucho más con él, por permitirme darle perspectiva a mi vida. Por permitirme aprender sobre mi apego a lo material. Por permitirme agradecer por cada una de las cosas que tengo. Por ser un ‘maestro’.

Jesús se fue, nos despedimos con un abrazo. Después no caí en cuenta de pedirle algún dato o si quiera darle mi teléfono para mantener el contacto.

Si tu te lo encuentras, debes saber que hay un maestro detrás de ese hombre que te ofrece colombinas de supercoco en la calle o en un bus. Que está viviendo una prueba fuerte en su vida, una prueba de fe tal vez frente a la humanidad, y que tú eres parte o de la solución o del problema.

Así que gracias Jesús, y que ojalá pronto muy pronto puedas regresar a tu ‘Estrella del norte’ a cultivar el café.

Hoy 2 años después… quise volver a compartir esta historia porque ¡vino de nuevo a mi corazón! Siempre recordaré el 4 de mayo de 2016 como el día que se me apareció Jesús… ¡en carne y hueso!

CARO