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Llegó en su camioneta Honda gris plateada y me recogió en el Design District de Miami. No sabía si sentirme más aliviada por el hecho de que me sacara de un lugar que me generaba cuando menos un sentimiento de intimidación o por el aire acondicionado a full de la camioneta que lograba que el sudor de mi cara roja como un tomate se enfriara. Empezamos a conversar y muy rápidamente llegamos al tema… Yo colombiana, él nicaragüense ¿qué teníamos en común? Dolor de patria. Yo por los recientes resultados electorales en mi país y él por el estallido de violencia que ya dejaba más de 200 muertos en el suyo.

Su voz fuerte y mirada amable inmediatamente me generaron una sensación de confianza. Sentí una inexplicable familiaridad entre dos extraños que se encontraban en un país al que ninguno de los dos pertenecíamos y que nos permitía opinar sin la emocionalidad que a veces nos nubla cuando de ‘lo nuestro’ se trata.

“Estuve en Colombia hace unos 30 años… en Bogotá, viviendo un año con un familia cuando era joven y aventurero, en el barrio Minuto de Dios”. Ya estaba preparada yo para hablarle de lo divertido que podía ser viajar como mochilero por Colombia, pero luego el continuó “…cuando yo luchaba en Nicaragua y apoyábamos al M19”. Sus palabras me sorprendieron. Con todo lo que ha pasado en nuestras mentes en los últimos meses, y aquí estaba yo… Sentada al lado de un ex guerrillero nicaragüense que recordaba con una sonrisa en su cara aquella época en la que apoyaba la lucha del M19 en mi país… Y sin embargo… el pensamiento que vino a mi fue, ya pasó. Esa historia hace parte del pasado de un hombre que hoy se sienta al lado mío por causalidades de la vida para algo. ¿Quién soy yo para juzgarlo?¿Qué me puede enseñar?

No quise indagar en los detalles, me interesaba más conocer a la persona que estaba compartiendo ese momento conmigo. Sí quería saber sobre su vida, aquí, su trabajo, su felicidad. Le pregunté entonces si era feliz, y sin mucha emoción pero con un tono de resignación me respondió “a mi aún no me gusta el imperio”; me contó de sus esfuerzos frustrados de crear empresa, de su hija y su esposa y las dos veces que ha intentado pasar los papeles para traerlas a vivir con él y las circunstancias que se habían atravesado impidiéndolo.

Y entonces llegamos a mi destino, al que había marcado en la aplicación de UBER cuando pedí el servicio… Era una calle, no un lugar específico; me preguntó cuál era mi plan, la verdad no tenía idea, dije tal vez un café. Así fue como terminé sentada en Miami, tomando café en un Starbucks por invitación de Sergio… o de un ex guerrillero nicaragüense.

Podría escribir una gran lista de ironías y reflexiones de esta inesperada historia… Más aún cuando en estos días yo misma he iniciado conversaciones que no son fáciles de sostener en redes sociales y la ‘sincronicidad’ de esta publicación que puede llevar a muchos a decir, como lo han hecho en el pasado, que soy ‘más pro guerrilla’… pero la verdad, quiero dejarlo ahí. Simplemente fue… refrescante.

CARO

Foto: imagen diseñada por Freepik.com