fbpx

Le dijeron que hiciera caso, que siguiera las reglas que no las cuestionara.

Le dijeron que si hacía caso, si seguía las reglas y no las cuestionaba, sería ‘alguien en la vida’.

Luego le dijeron que ya que había hecho caso, y seguido las reglas sin cuestionarlas, podía ser parte de quienes hacían las reglas… pero cambiarlas sólo un poquito. Un poquito por aquí, un poquito por allá, nada fundamental.

Le dijeron que desconfiara de su corazón, que era muy emocional y no la guiaría por las mejores decisiones.

Le dijeron que escuchara siempre primero a la razón, a esa mente bien entrenada por quienes le decían lo que le decían; que planeara, que construyera estrategias, que pusiera bajo control cada aspecto de su vida.

Le dijeron que estaba sola y que debía encargarse de todo, que cualquier día la pareja que tenía se iba y que ella debía prepararse para sobrevivir, que cualquier día la familia que tenía le daba la espalda y ella debía tomar el toro por los cuernos.

Pero un día la pregunta… la bendita pregunta que la había acompañado desde siempre, surgió desde un lugar secreto en su interior y habló más fuerte que todo lo que le habían dicho… Ella se preguntaba ¿Hay otra manera?

Y así se dio cuenta que al lado del camino que venía recorriendo se abría otro por el que parecía que nadie transitaba; un poco silencioso, un poco escarpado, un poco solitario. Se dio cuenta que si quería transitar ese camino debía enfrentar tres grandes miedos, bien insertados en esa mente que guardaba todo lo que le dijeron: el miedo a la sanción, el miedo a la culpa y el miedo al rechazo. Pero ella sabía que si lograba traspasar esos miedos por fin llegaría a un lugar en donde no importaba lo que le dijeron, sino su verdad.

Transitando este camino, poco a poco empezó a encontrarse con más y más seres que también lo recorrían. Seres alegres, seres conscientes, seres despiertos, conectados con sus corazones, desconectados de su entrenada razón. En su mayoría no eran las caras de quienes la habían acompañado toda su vida, eran caras nuevas; pero también poco a poco fue viendo que algunos le seguían los pasos y venían detrás.

Desde este camino podía ver el otro y de vez en cuando alguien desde la lejanía la reconocía y para su sorpresa, en lugar de alegrarse al verla en esa aventura, le gritaba ¡CUIDADO!¡PELIGRO!¡NO VAYAS HACIA TU VERDAD NO SABES QUÉ VAS A ENCONTRAR!¡VUELVE YA! Y a veces ella sentía nostalgia, sentía ganas de regresar al ver el otro camino plano y concurrido. Pero la mayoría de las veces era ella quien les gritaba a otros, ¡SÚMENSE!¡ES UN CAMINO HERMOSO!¡RETADOR Y LLENO DE AVENTURAS!¡Y TE LLEVA A TU VERDAD! Y aunque a veces sí que podía entablar una conversación a pesar de la distancia, la mayoría de las veces cada cual seguía su camino.

Y con cada paso que daba, el latir de su corazón se fortalecía, el paisaje antes gris se iba llenando de color, la bruma que rodeaba su cabeza se iba desvaneciendo y una hermosa y brillante luz, tan brillante como el sol emanaba de su plexo; su mente ya no era su mente, era la de todos. Las subidas y bajadas se veían como aventuras y empezaba a sentir cómo iba fundiéndose con el camino. Sus pies iban entrando tan profundo en la tierra que ya no tenía que caminar, la tierra daba los pasos por ella; su sol interior era tan brillante, que ya nunca había noche; su corazón latía con tanta fuerza, que ella era el movimiento de la vida.

Y así fue como ella no llegó a su verdad, pero se convirtió en ella.

Escrito por Carolina Escobar, co-creadora de un Mundo de Milagros